Gracias a él, tenemos una vista panorámica de la Ciudad de México de alrededor del año 1842.
La obra de Gualdi transparenta la vista y retrata el alma de nuestra ciudad, en esa primera mitad del siglo diecinueve. Sus bocetos a lápiz y óleo plasmaron cuatro litografías de la vista de la ciudad desde las torres del templo de San Agustín (Calle de Uruguay esquina con Isabel la Católica). De los cuatro óleos, uno está perdido.
Su carrera comenzó en Milán donde estudió perspectiva, pintura y diseño para ser pintor, dibujante, litógrafo y arquitecto. Recibió formación en diseño teatral en la Academia de las Artes de Milán. Trabajó en el teatro de La Scala.
Cuando la compañía de Ópera necesitaba un escenógrafo de calidad para su gira fue a él a quien eligió, así llegó a México en el año de 1838.
En México dejó un amplio testimonio de su destreza en pintura, perspectiva arquitectónica y sobre todo de su iniciativa para retratar con su pincel la ciudad que le sorprendió. Su experiencia como escenógrafo fue plasmada en el lienzo del interior del Gran Teatro Nacional Santa Anna, razón por la cual es muy detallado y lleno de vida.
Vivió treinta años en Italia, trece años en México y seis años en Estados Unidos donde murió. Dejó evidencia de su senda con sus pinceles y su obsesiva necesidad de plasmar el entorno que lo acompañó.
Nació el 22 de julio de 1808 en Carpi, provincia de Módena, Italia y murió en Nueva Orleans, Estados Unidos en 1857, en la tumba que él mismo diseñó.
La calle 5 de Mayo y el Gran Teatro Nacional tuvieron una relación intensa de interdependencia y olvido. Marcada por la dinámica de los vaivenes políticos, sociales, culturales y religiosos de México en un mundo en ebullición. México se estaba recuperando de la invasión francesa y norteamericana, de perder grandes extensiones de territorio con Estados Unidos, de la independencia del estado de Yucatán.
La capital del país necesitaba presencia de la vanguardia, una obra magna con un centro de espectáculos como el Gran Teatro Nacional y un gran paseo de antesala cumpliría esa necesidad.
Durante el siglo XIX, una gran extensión de tierras y construcciones se nacionalizaron con la fundación del estado laico quedando a la deriva de utilización y expuestos al juicio del abuso otra vez, de unos cuantos beneficiados, como fue el caso de los terrenos que ocuparon las grandes extensiones de conventos en el corazón de la ciudad de México. El mundo abría las puertas a la revolución industrial y simultáneamente a una nueva burguesía que obtenía gran riqueza fuera del manto de la iglesia. Sin embargo, México conservaba rezagos en los favoritismos de la herencia aristocrática del brazo militar en los puestos gubernamentales que extendían su mandato formando una relación festiva con la riqueza de la burguesía, el refinamiento y en los privilegios sociales. El nuevo dictador necesitaba su gran obra, su magno centro de espectáculos, su Palacio de Bellas Artes.
El mundo estaba inmerso en un sueño estético. La arquitectura era la manifestación para llegar a la grandeza, arquitectos, inversionistas y la elite, todos en obsequio de formar parte de esa nube de arte y vanguardia del soberano de la nación se esmeraban en pasar a la historia en complicidad de un nuevo proyecto: el Gran Teatro Santa Anna. Se retomaba la idea original del empresario Francisco Arbeau y un arquitecto de apellido Moró para construir un edificio con teatro para presentar óperas, zarzuelas, además, contaría con hotel y restaurante. Un edificio polifuncional. El arquitecto Moró fue sustituido por el arquitecto Lorenzo de Hidalga, formado en San Fernando de Madrid, a quien se le encomendó revisar el presupuesto original y al encontrarlo alto, tuvo oportunidad de elaborar su proyecto personal para edificar una sala de espectáculos al nivel de las que se construían en Europa en esos años. México lo necesitaba.
Cambio de siglo. Muerte y renovación, destrucción y nueva luz. La obra magna del régimen del soberano Antonio López de Santa Anna, presidente de México en once ocasiones, combatiente desde la independencia, marcado por perder en su gestión gran parte del territorio de México con Estados Unidos, y cuya muerte por coincidencia aconteció justo enfrente del teatro, en su casa en Bolivar 14, su magna obra, tenía sentencia de ser derribada. El teatro que llevó su nombre: Gran Teatro López de Santa Anna, denominación sustituida en consecuencia a los sucesos políticos por Teatro de Vergara, Gran Teatro Imperial y finalmente Gran Teatro Nacional, extinguiría su existencia a finales del año 1900.
Una muestra de la actividad a unos meses de ser derribado es el testimonio de Manuel Mañón, prototipo del hombre de teatro que plasmó en dos volúmenes a detalle, crónicas, programas, libretos, documentos del Gran Teatro Nacional. Incluimos también una nota del periodico El Imparcial del sábado 14 de Julio de 1900 dejando evidencia de la importancia y dinámica del teatro a unos meses de ser derribado.
El sábado 14 de julio la colonia francesa dio un espléndido baile para celebrar el aniversario de la toma de la Bastilla.
El antiguo coliseo lucía esplendente por su hermosísimo decorado y la profusión de focos eléctricos. Cortinillas de raso color lila cubrían los antepechos de los palcos, en cuyas columnas de hierro, vestidas de guías de flores, se colocaron lunas venecianas adornadas en su parte superior por magníficas guirnaldas.
A las 10 de la noche comenzó el baile en medio de la más franca alegría. Las damas lucían hermosos trajes escorados y los caballeros el irreprochable frac. Las plateas y palcos estaban ocupados por las principales familias de nuestra sociedad. En el palco de honor presenciaron la fiesta el señor licenciado Ignacio Mariscal, ministro de Relaciones, en representación del señor presidente de la República; el ministro de justicia licenciado Joaquín Baranda; los encargados de negocios de Francia, Bélgica, y del Japón, los secretarios de la embajada de Estados Unidos y otras distinguidas personalidades. [...]
Periódico El Imparcial del sábado 14 de Julio de 1900.
Interior del teatro inmortalizado en un lienzo de Pietro Gualdi.
El miércoles 3 de Octubre la Junta Patriótica de la cuarta demarcación de policía organizó como último número del programa de las fiestas patrias una función de ópera en la que se cantó Aida. Esta fue la última función en el Teatro Nacional de México. En diciembre del año 1900, comenzó la demolición que en 1905 daría luz en todo su esplendor a la calle 5 de Mayo, incluso obligó a que derribaran una parte de lo que es ahora el Sanborns de los Azulejos.
La magna construcción del Palacio de Bellas Artes, su pérgola al exterior sobre la Alameda y el complejo de edificios sobre avenida Juárez renovaba la necesidad de espectáculos y esparcimiento de la nueva sociedad del siglo XX.
En un texto de Hugo Arciniega, presenta un extracto de la novela “Reconquista” de Federico Gamboa, los personajes Salvador y Carolina en un paseo nocturno desde la plaza de armas del zócalo por la calle 5 de Mayo se toparon con las obras de demolición del Gran Teatro Nacional de Santa Anna.
Conforme adelantaban en la ancha vía solitaria, a su fondo divisaban, destrozada, la enorme mole del pobre Teatro Nacional, que echaban abajo para prolongar la avenida. Y visto a distancia lo que del imponente inmueble se conservaba en pie aunque a punto de caer, unas columnas por los suelos, en pedazos; gruesos cilindros de piedra junto a montículos de escombros y de tierra, en cuyas cimas titilaban las flamas diminutas de las linternas de aviso de los veladores; otras columnas en su sitio todavía, pero truncas, no sustentaban nada, ociosas y condenadas a rodar mañana y morder el polvo; vistos a los andamiajes destructores y a la luz de luna que más allá de pórticos y vestíbulos daba de lleno en lo que había sido sala y escenario, desolados también y también sembrados de escombros, de tierras, de vigías enormes que asomaban sus extremidades amenazantes y erectas, como bestias fantásticas que salieran calladamente de los removidos cimientos a disputar la inviolabilidad de la ruina que obligaba a pensar en las catástrofes y los siniestros que de tiempo se descuelgan sobre las fábricas resistentes y las arrasan:los terremotos, los incendios, las guerras; viendo aquello, según el término de la calle aproximábanse [...]
Salvador se detuvo, y extendiendo su brazo libre, exclamó: ¡Eso sómos nosotros, mira!... Ruinas de nosotros mismos, pedazos de un edificio echado abajo por los golpes brutales de albañiles ignaros que pegan donde se les manda que peguen, y destruyen ciegamente, habituados a su labor impía, sin saber lo que hacen, sin oír los lamentos de lo que rompen, sin curarse de las bellezas que aniquilan, de las tradiciones que destrozan, de los sueños que interrumpen... Si todas esas piedras y esas vigas y ese polvo pudieran hablar, oiríamos sus quejas, sus protestas, sus lamentaciones [...]
Es que al polvo, y a las vigas, y a las piedras los hemos declarado insensibles, porque sí, por lo que declaramos tantas cosas, arbitrariamente, presuntuosamente, cuando nos conviene declararlo... Da tristeza ¿verdad?...*1
Federico Gamboa, op. cit., pp. 277-278.
Para ampliar la información acerca de la polémica que susci- tó la demolición del Teatro Nacional de Santa Anna, es convenien- te consultar a Clementina Díaz y de Ovando, “El Gran Teatro Nacional baja el telón (1901)”, en Universidad de México. Revista de la Universidad Nacional Autónoma de México, México, D.F., XLIV, núm. 462, 1989, pp. 9–15.
La calle 5 de Mayo fue construida en varias etapas. Antes de la conquista existían las casas de Moctezuma de donde comienza su trazado. Posteriormente en ese espacio frente a la Catedral había una inmensa construcción que era el solar más grande de la ciudad. En 1554 en un diálogo de Cervantes Salazar mencionado en La Ciudad de los Palacios, de Guillermo Tovar y De Teresa, “cuando lo contempla se escuchó decir: eso no es un palacio, sino otra ciudad”. Eran las casas de Hernán Cortés, Marqués del Valle, su marquesado con atributos de un gobierno.
Los descendientes del marquesado del Valle ya no la podían mantener en 1605 y decidieron convertir el inmueble en una alcaicería (venta de sedas y otras mercaderías). El predio se dividió en cuatro pedazos y se trazaron ahí las calles Alcaicería, Arquillo y Mecateros. Estos callejones iban a la Catedral de la Profesa. En 1861 los partidarios de la Reforma decidieron prolongarlos y demolieron el claustro de la Profesa y una parte del convento de Santa Clara, desde ese momento comenzó una calle desde el Empedradillo (calle del zócalo) hasta la calle Vergara (hoy Bolívar), a esta nueva calle se le conoció como “la calle maldita”.
Se le tenía desconfianza después de la demolición del claustro de La Profesa al ser un espacio sagrado provocó que la gente no quisiera pasar, consideraban que sería de mala fortuna. En 1862 se le dio a la calle el nombre de 5 de Mayo y tuvo la fortuna de que en esta se levantaron varios edificios como el Hotel Gillow. En 1881 se decidió ampliar la calle y se rompieron varios edificios. En 1883 se podía admirar perfectamente desde el zócalo el Gran Teatro Nacional (Santa Anna) con la calle ampliada. Uno de sus propósitos.
El 19 de Febrero de 1900 se cerró la compra del Ministerio de Hacienda a la señora viuda de Don Agustín Cerdán: Dos casas contiguas en las calle de Los Betlemitas, a espalda del teatro y todos los muebles, útiles y accesorios del mismo en la cantidad de $335,000 pesos, pasando a ser propìedad de la nación el viejo coliseo. El Secretario de Hacienda y Crédito Público, (José Yves Limantour) adquirió esas propiedades al gobierno, vendió una fracción para hacer el edificio de Ferrocarriles y construir su edificio denominado “ 5 de Mayo”.
En 1905 quedó abierta la calle sobre lo que fue el Gran Teatro Nacional, enmarcada por el edificio de los ferrocarrileros que hospeda a Afrodita y Hermes en sus cornisas y en el otro lado de la calle el edificio 5 de Mayo, dando paso a la calle con el mismo nombre hasta lo que es ahora el Eje Central, donde se admira en esplendor el Palacio de Bellas Artes.
Mapa de 1600, área entre Tacuba y Plateros (Madero).
Mapas de 1860 posteriormente.
La calle 5 de Mayo en 1870.
La calle 5 de Mayo ampliada en 1890.
En los edificios de ambas aceras de 5 mayo esquina Bolívar y la calle, estaba el Gran Teatro Nacional.
El Gran Teatro Nacional plasmado por Pietro Gualdi en 1846.
El espacio actual sobre Bolivar y 5 de Mayo. El edificio de los Ferrocarrileros, el edificio 5 de Mayo y el Mide (Antiguo convento de los Betlemitas), el único edificio que persiste a la vista de la obra de Gualdi.
En este acercamiento de la pintura de Pietro Gualdi “Vista Noroeste” se puede apreciar la parte superior del Teatro de Santa Anna con su cúpula de cristal y ,el templo de los betlemitas que aún subsiste (Museo Mide) y atrás del teatro, la fachada del Palacio de Minería al callejón de Filomeno Mata.
Vista actual sobre Bolívar del Museo Mide (antiguo convento de los Betlemitas).
Bolivar 14. La casa donde murió Antonio Lopez de Santa Anna. Casi enfrente del espació que ocupó el Teatro de Santa Anna.
La historia de este emporio “El Buen Tono S.A. Compañía manufacturera del cigarro sin pegamento” vio sus inicios en la calle de San Felipe Neri n°12, en lo que hoy es República de El Salvador; con una pequeña máquina para la hechura de cigarrillos, la cual, permitió una revolución en la forma de producción al realizar un cigarrillo de mayor calidad. Un proceso que provocaría convertirse en punta de lanza en ese negocio.
D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
Archivo Casasola.
Al interior de bodegas, caballerizas, talleres mecánicos, salones de secado, picadura, engargolado y empaquetado, así como la imprenta litográfica que proveía de empaques e impresos promocionales, además de la vivienda del director.
En este artículo narramos una historia que generó un gran impacto en esta agitada y cambiante metrópoli. Sin embargo, el artículo no tiene el propósito de exaltar el cigarrillo como un producto para las personas.
Su consumo es tóxico para la salud.
Fachada sobre la calle Delicias.
Cigarrera El Buen Tono, Fachada, con anuncios en los autos parqueados.
D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
Lo que El Buen Tono realizó para convertirse en un espacio imponente fue una red de conocimiento e innovación que el señor Pugibet trajo desde Cuba, desde aprender y desarrollar el cultivo del tabaco, la forma artesanal de realizar un cigarro, hasta propulsar la agudeza para la creación, venta, distribución y difusión de forma masiva de los cigarrillos.
Esta historia comienza hacia finales del siglo XIX, cuando el señor Pugibet tuvo una visión de crecimiento junto con su esposa Guadalupe Portilla. La cual consistió en dar un salto de ser un pequeño productor, artesano y repartidor de sus cigarros a dar un vuelco hacia la inmensidad. Uno de esos pasos fue el adquirir un espacio en la periferia de la plaza de San Juan. Un terreno que pertenecía al Convento de Monjas de San Juan de la Penitencia, y posteriormente, con acciones atinadas en diversos ámbitos, llevó a un desarrollo histórico a la fábrica cigarrera El Buen Tono.
En el punto de la producción la compañía buscó lo mejor y no limitándose, compró el derecho exclusivo en la República Mexicana de la máquina Decouflé. En un viaje a Francia, Ernesto Pugibet conoció a Anatolio Eduardo Decouflé, inventor de dicha máquina la cual era capaz de fabricar cigarros sin pegamento (desplazaba el pegamento que se utilizaba para el cerrado del cigarro). Una innovación que produjo un cigarrillo de mayor calidad y sabor, logrando una mejora considerable en ventas. Algo que marcó una nueva era, tanto para la compañía como para la industria.
La compañía comenzó a crecer de tal forma que se convirtió en una marca reconocida y posicionada. Gran parte gracias a sus anuncios, los cuales eran insólitos, ligados al novedoso método de hacer difusión y propaganda para la venta de su producto. El ingenio fue un eslogan que interactuó con las diversas “marcas” o nombres en la diversidad de productos, como:
Alfonso XVIII, El Buen Tono Canela Pura, Caprichos, Centenarios, Elegantes, Flores de arroz, Gardenias, El Ideal entre otros nombres ingeniosos.
Esta gama se convirtió en una cualidad, puesto que los múltiples nombres eran una división entre sus distintos públicos. La variedad permitió un rango más amplio para sus clientes, pero para que fuese conocido el producto se requirió de otra actividad, que fue la publicidad.
"EL BUEN TONO, S.A. LOS MEJORES CIGARROS. ALFONSO XIII".
D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
La propaganda fue más allá de lo tradicional, la tabaquera apostó por lo novedoso con dirigibles que volaban justo cuando se realizaban eventos masivos, encontrando una forma peculiar de hacer visible su producto entre las masas. Incluso en algún momento de la Revolución cuando se detuvo la construcción del Palacio de Bellas Artes, en las bardas de la construcción se veían anuncios que mostraban los curiosos nombres que tenían los cigarros. En otros casos fueron pequeñas historietas que se publicaban en diversos diarios.
Portada en la esquina de Bellas Artes, mostrando el anuncio de “El Buen Tono”.
Las historietas fueron una visión atinada, al convertirse en un espectáculo por sí solo. La gente compraba el periódico esperando encontrar una entretenida tira animada que representaba diversas situaciones de la vida común, la cual se convirtió en algo esperado por los consumidores.
Historietas en publicaciones de diarios.
Al incrementar su cartera de clientes, El Buen Tono se extendió en diversas áreas sin limitarse sólo a la industria cigarrera, permitiéndose crear un bazar de productos con mejores precios y calidad en la mercancía. En este auge fue necesario un aumento en la plantilla de personal que llenará la inmensa demanda de las diversas adquisiciones, con esto se realizó la contratación de mujeres que realizaran diversas tareas y funciones. Con este incremento el señor Pugibet se integró como socio a otras compañías como la cervecería Moctezuma o El Palacio de Hierro; incluso, la primogénita de Pugibet fue consorte de Enrique Tron, quién era socio de los almacenes de hierro.
Vendedoras con trajes regionales detrás de una cajetilla de cigarros el Buen Tono grande, durante una Kermes.
Colección Archivo Casasola- Fototeca Nacional.
Ernesto Pugibet al tener el poder adquisitivo decidió ayudar en las diversas necesidades que se tenían alrededor del espacio que ocupaba la cigarrera, así como velar por el bien de sus trabajadores. Mandó construir una fuente que permitió otorgarle el recurso hidráulico al barrio de San Juan; otra atinada acción, con la advocación a la Virgen de Guadalupe, mandó edificar una iglesia que aún subsiste, con esa dinámica, obsequió un espacio habitacional como parte del apoyo a sus trabajadores.
Trabajadoras de la fábrica de cigarros El Buen Tono manejan maquinaria Colección Archivo Casasola - Fototeca Nacional.
Fachada original de la fábrica sobre el callejón de San Antonio.
Fuente de San Juan. Fototeca Nacional.
La idea de dicho complejo habitacional la llevó Miguel Ángel de Quevedo con quién ya había trabajado para realizar otros proyectos, como la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. Este peculiar espacio religioso en algún momento durante la Guerra Cristera, los trabajadores la convirtieron en bodega, con la única intención de salvaguardarla. El punto fue que cuando el gobierno entró para clausurarlo, se encontraron con la sorpresa de que dicho espacio estaba reducido a un espacio de almacenaje logrando su cometido.
El interés por realizar construcciones de mejoras siguió con la compra de los terrenos que quedaron en venta, posteriormente fue la demolición de la Plaza de Toros Bucareli para realizar la obra de vivienda para sus trabajadores.
Carro Alegórico.
Complejo habitacional “La Mascota”.
La construcción de 176 viviendas ocuparon toda la cuadra, con la peculiaridad de que en los pasillos que se conectaban con las viviendas, tenían impreso el nombre de las marcas de sus cigarros como la Ideal, Gardenias y por supuesto La Mascota. Inmuebles que se ubican en Bucareli con esquina a Turín, uno de los puntos más transitados y ricos en historia. También construyeron otros complejos habitacionales de un mayor tamaño en la actual colonia Doctores, pero no corrieron con la misma suerte y fueron demolidos en los años setenta.
La edificación que se realizó, aún subsiste en la colonia Juárez, son de estilo afrancesado dado la época Porfirista, con remates florales y diseños de pilares en las puertas. Un detalle de índole romántico se encuentra en diversos lugares del inmueble, son las iniciales G.P de Guadalupe Portilla, mujer que fue pareja sentimental de Pugibet y quien le ayudó a formar dicho emporio.
Vista de frente, espacio habitacional, La Mascota.
Publicidad programa de radio "Cada martes".
Vista de frente, espacio habitacional, La Mascota.
Juego de mesa, La Oca, con el eslogan de El Buen Tono.
Mientras tanto la compañía seguía en su apogeo de desarrollo y crecimiento, siendo para los años veinte que se fundó una radiodifusora CYB, ahora XEB, que realizaba también la promoción de la marca; podríamos imaginar la voz de un locutor en aquellos años del Cine de Oro Mexicano anunciando uno de los cigarrillos, con una tenue voz que llevaba a la imaginación el humo del tabaco.
Otra forma interesante de promoción y propaganda era instalar carteles a los costados de los autos mientras iban ruleteando por toda la ciudad. E incluso el tener la promoción de la marca en juegos de mesa, ese era otro sello de la compañía, al igual que con sus litografías que eran entretenidas y en algunos casos ostentosos anuncios visualmente llamativos. Algo interesante e importante resaltar fue como El Buen Tono tenía su propio taller de litografía, donde aparte de la publicidad, eran diseñadas las cajetillas que llegaron a contar con un número de serie parecido a las tarjetas coleccionables donde no sólo era publicidad, sino que era arte. Un objeto de colección.
El mundo ilustrado. 1904
El mundo ilustrado. 1906
El Buen Tono fue una compañía de la cual sólo queda el recuerdo, pero nos permite ver el auge en diversos sectores de la sociedad partiendo de una idea donde intersecta lo cultural, económico e histórico de una ciudad en crecimiento. El Buen Tono se formó como parte de la narrativa de una ciudad, aunque no se tiene con certeza el porqué del cierre de sus puertas, es probable que hubiese sido la competencia, sin embargo, se había reinventado en infinidad de ocasiones; aunque, lo que es un hecho fue que al finiquitar sus operaciones fue adquirida por La Tabacalera Mexicana, perteneciente a Grupo Carso en los años sesenta.
TESTIMONIO DE UN AMANTE DEL ARTEFACTO DEL TIEMPO
Relojería Lux se estableció en su inicio en Belisario Domínguez 78, a setenta y un metros de la emblemática plaza de Santo Domingo, Relojería Lux fue fundada en 1929 por un hombre excepcional, mi padre: Santos Garciacano. Relojero, tornero, joyero, dibujante, taxidermista, laudero, marquetero y fotógrafo, que hizo del tiempo su herramienta para dejar su paso en el tiempo.
Relojería Lux nació con una humilde mesa de relojero, dos vitrinas, un torno, un mostrador ajustado y tantas necesidades como sueños. Emilio Portes Gil era presidente de un México que todavía temblaba ante el recuerdo de la revolución, en el norte se peleaba los últimos reductos de la guerra cristera y los estudiantes revolvían el centro en las cantinas mientras vislumbraban la anhelada autonomía universitaria y estábamos en el umbral de todo. Era otro México, el tiempo para creerlo todo. Si eso sucedía ¿por qué no independizarse de la joyería 'El Rubí' e iniciar algo propio?, se preguntó don Santos. Joyería LUX dio sus primeros días en el local de una imprenta quebrada llamada 'Mundo gráfico' y junto a una de las muchas lecherías que abarrotaban la entonces ciudad de México.
"Al fondo de Palma, para arriba" le decían a los pignorantes insatisfechos de Monte de Piedad, a los que buscaban reparación para sus alhajas y relojes, a los extraviados del centro con relojes de difícil compostura.
La segunda guerra mundial trajo para México desequilibrios, migrantes, grupos étnicos, diferentes idiomas, variedad de comida, de comerciantes, mercaderes de cualquier cosa y junto con ellos, oportunidades... pero también muchas carencias. El corte de vías marítimas cortaron el abastecimiento de fornitura y relojes desde Suiza y europea, limitando la operación de que las casas relojeras no fabricaban sus propias refacciones, condenándolas a la extinción.
La reparación profesional y entendida, la hechura de piezas de necesidad especializada a pedido y demanda, hicieron a relojería LUX un referente entre las relojerías y joyerías que naufragaban en el centro.
Punto obligado para hallar la solución, la reparación al quebranto de tiempo, a la piedra perdida, el broche que necesitaba un ajuste fino, al remozamiento de la herencia aristocrática que buscaba nueva familia y acomodo; Relojería y Joyería LUX sentó al banco las más prestigiadas casas relojeras a nivel mundial.
Tornos, escariadores, punzones, prensas, rundidoras, herramientas de alta precisión y experiencia se hicieron presentes en nuestros talleres.
Como en la canción de Piero, (mi viejo) mi padre 'nació con el siglo / con tranvía y vino tinto..." Él, relojero e hijo de relojeros, vio sus mejores años entre su taller de relojería, la fabricación de laúdes y cítaras, hacer marquetería fina en concha nácar y maderas raras para diversos instrumentos musicales, la taxidermia, hacerse sus propios sombreros 'fedora' con pelo de conejo (con pluma incluída) o celebrar su nombre y el del joyería LUX en complejos ideogramas con formas animales para agasajar sus clientes y amigos en el año nuevo 1931.
Caminar infatigablemente por el centro capturar en colodión y plata con su cámara fotográfica y poder así con su lente, captar las imágenes más increíbles del centro de una ciudad que dejaba de ser la ciudad de México para dar paso a esa catástrofe urbana llamada Distrito Federal: los pegasos de Bellas Artes en los costados del zócalo, los tranvías con rumbo al lejano pueblo de Tlalpan, de Tacubaya o los impensables Indios Verdes.
Hacia finales de los sesentas mi padre, Don Santos Garciacano dejó de marcar el tiempo en este lado de la luz y se fue hacia donde va el tiempo perdido. Relojería LUX por su prestigio y trabajo le sobrevivió. Mi madre, como pudo, asumió el control del negocio familiar. De ahí salimos adelante mi madre y mis hermanos, hoy médicos, comerciantes, abogados.
Al contrario de muchas personas que reciben el oficio familiar como algo inevitable, yo recibí primero la orfandad de mi padre y luego la responsabilidad de sacar adelante su negocio. En el otro México, en el que ya no existe y del que sólo queda el nombre, mi madre en su naturaleza tajante, y a raíz de problemas de administración, hartazgo o empujándonos a la vida, a mis hermanos y a mí y nos dijo: "O alguien se hace cargo de este negocio o se cierra."
Yo era un delgado joven secundario, sorprendido y expectante, con miras a todo, foco en nada y muchas necesidades. Inicié mis estudios en relojería en el selectivo centro relojero suizo. Institución que solo recibía doce estudiantes al año. Lo difícil no sólo era entrar, sino permanecer.
Ahí se enlazó de manera indivisible mi historia con la de joyería y relojería LUX.
Vivimos juntos 'la crisis del cuarzo', la caída de grandes casas relojeras, las fusiones, la pérdida de patentes de manufactura, la explosión de variantes, de calibre base, de otros equivalentes, nuevas marcas, la evolución de lo doméstico y sí, como el mundo avanza siempre, la llegada de prodigios sorprendentes, nuevas tecnologías, materiales especiales, sofisticaciones exclusivas, el salto a una nueva era de la relojería mundial.
Este camino me tocó transitarlo a pie de infames, pero también de manos de amigos generosos que dignificaron el mundo y el oficio con su presencia y cuya memoria merece ser traída a estas líneas: Cándido Garcia de la O.... un viejo relojero que tuvo su local en Jésus Carranza- el Tepito antiguo- conocedor del medio relojero-joyero, me llevó a conocer refaccionarias, deshuesaderos y talleres que cualquiera del medio debía conocer.
Me casé, llegaron los ochentas, los hijos, las escuelas, mi vida, las inversiones, las pérdidas, las ganancias, las relaciones estratégicas, los días de bonanza y también días duros de subida en cuesta, días de vivir del inventario, otros donde la providencia fue generosa con nuestro esfuerzo, el verdadero 'savoir faire' del negocio iniciado por Don Santos Garciacano.
Hoy rastreo y colecciono objetos hechos por mi padre y he tenido éxito en algunos casos pero hoy colecciono más el tiempo con los amigos, las risas, los bares. Colecciono el buen tiempo, que ya sé que es lo único que no regresa.
El reloj siempre ha estado presente en nuestra vidas de diferentes maneras, comparte dos espacios en el tiempo, un lugar donde el pasado se haga un espacio en el presente, un lugar donde el pasado se restaura, respeto a nuestra competencia, talleres amigos en un oficio cada vez más limitado, pero más demandante: engranes, ejes, centros, fotografías sobre carátulas de relojes.
Somos modestos, sí, pero también somos muy competitivos, donde lo imposible, donde el pasado regresa a su antigua gloria.
Entre poemas de Sabines, canciones de Sabina, de Jaques Brel o Nino Ferrer, hoy en Relojería y Joyería Lux hacemos borlote la quinta generación: Mi abuelo, mi padre, yo, mi hijo y mi nieto compartimos espacio y todos cabemos.
¿Qué hemos visto después de 19 presidentes de la república, 23 olimpiadas, una guerra mundial, la llegada del hombre a la luna, 8 papas y la transición de dos milenios? Creo que casi de todo: relojes de pulso, bolsillo, de solapa, de hebilla, de pared, de chimenea, napoleones, de buró, de escritorio, de mesa, checadores, de aviador, de trinchera, profesionales, con regla de cálculo, de deportistas, golfistas, maratonistas, ingenieros, choferes, pilotos, relojes comunes, automáticos, de remonte manual, de llave, solares, de agua, de vela, de cuarzo, de diapasón, de áncora de cilindro, de escape duplex, de duplex dual, de rueda catalina, de oro, de acero, zinc, madera, piedra, monturas en cuadros, en animales disecados, monturas exprofeso, calendarios simples, dobles, triples, anuales, perpetuos, cronómetros de alta precisión, cronógrafos, rattrapantes, foudroyantes, invertidos, retrógrados, repeticiones, escapes académicos, autómatas, cajas de música, termómetros, brújulas, relojes marinos, militares, prototipos, retrógrados, relojes de ruleta, fases lunares, ecuaciones del tiempo, edades del sol, astronómicos, cuentapasos, or morlu, cloisonne, excentricidades, rarezas y relojes históricos. Reparamos o restauramos desde el reloj más común hasta los desahucios más fatales del gremio. Pero no me apuro: todos los días llega algo nuevo, a la relojería y joyería Lux, todavía le sobra el tiempo.
Testimonio de José Agilberto Garciacano por la pluma de Alejandro Arvizu.
Relojería Lux.
Restauración, compra y venta de relojes usados.
Dirección: Palma 33 Centro del Reloj Despacho 214, Centro, 06000 Cuauhtémoc, CDMX.
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