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Palacios

El que la ciudad de México sea considerada La Ciudad de los Palacios, se podría aseverar que es por Francisco Antonio de Guerrero y Torres, quién con sus joyas arquitectónicas, su amor a lo barroco y su conocimiento permitió convertir espacios en palacios.

Su conocimiento lo desarrolló desde lo teórico hasta lo práctico, con los secretos que descubrió del oficio, al trabajar como capataz en la obra que se realizó para la delineación de la Villa de Guadalupe. Su aprendizaje se conformó al colaborar con el arquitecto Ildefonso de Iniesta Bejarano para la reconstrucción del antiguo Colegio de San Ildefonso y del Convento de Jesús María. Siendo para el 20 de junio de 1767 cuando completó su formación práctica, fue examinado como maestro en arquitectura a la edad de 40 años.

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Dos años después el arquitecto fue contratado para ejecutar la que sería la primera de sus grandes obras, el Palacio de Condes de San Mateo de Valparaíso. Una obra arquitectónica donde realizó dos cúpulas cubiertas de talavera poblana e hizo una escalera helicoidal como pieza única, en América; la obra se concluyó en 1772.

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Una construcción a la cual también le dio vida, fue la pequeña y magnífica iglesia de Nuestra Señora del Pilar de la enseñanza gracias a que incorporó la recuperación de las columnas clásicas que habían sido reemplazadas anteriormente por columnas de estilo estípite, dicho detalle dio muestra de sus notables conocimientos.

Pasado el tiempo y gracias a su amplio conocimiento fue nombrado Maestro Mayor del Real Palacio, Maestro Mayor de la Catedral de México y Maestro Mayor del Tribunal del Santo Oficio en 1774.

Su ingenio le consiguió ser el maestro de obras del marquesado del Valle de Oaxaca, para quién realizó nueve grandes edificios en las calles de San Francisco, Tacuba y la Profesa. Mostró interés por los detalles como en la construcción de las bóvedas y cúpulas de la iglesia de San Bernardo. Al igual que con el Palacio de Iturbide, que sería el edificio civil más alto de la ciudad.

Sin embargo, es importante mencionar que, aunque no llegó a concluirlo el primer edificio construido para el Conde puesto que el inmueble sufrió daños por los asentamientos de terreno y fue despedido del segundo el Palacio de Iturbide, el cual sería terminado por su cuñado en 1785 conforme a los planos originales de Guerrero y Torres.

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Eso no le restó oportunidades importantes como el realizar la construcción del Palacio del Conde de Santiago de Calimaya, en la calle de Flamencos hoy la calle de Pino Suárez y el Palacios de Mayorazgo de Guerrero en la calle de Moneda.

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En este punto él contaba con 58 años y ya había alcanzado la cima de su profesión; sin embargo, en 1785 abrió sus puertas la Real Academia de San Carlos, llegando un nuevo estilo artístico el neoclásico. Provocando en Guerrero y Torres, un arquitecto conservador, que se opusiera al nuevo estilo que promovía la academia; él al seguir construyendo acorde a sus conocimientos, incitó que fuese humillado, criticado e incluso multado por construir fuera de las normas e incluso fuese amenazado con el retiro de su licencia si persistía con dicha rebeldía contra las reglas impuestas desde el poder.

Aún con ese revés, creó una de las obras barroquísimas la Capilla del Pocito, esta se logró gracias al apoyo del Cabildo de la Colegiata de Guadalupe, el Virrey y el propio pueblo con limosnas y trabajo voluntario.

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Su conocimiento permitio convertir inmuebles en joyas arquitectónicas, las cuales aún iluminan la ciudad entre los contrastes que vive esta la Ciudad de los Palacios.

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Inmobilitrade

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Sensse

Tabacalera

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Quemadero

En una ciudad en constante cambio, aún descubrimos secretos ocultos, como el de la existencia de un quemadero y aunque suene extraño, se ubicaba junto al exconvento de San Hipólito, y el convento de San Diego, cerca de la Alameda Central, un espacio que antaño era frecuentado por parejas que “iban a echar novio”. El quemadero en cuestión se ubicaba aproximadamente en lo que ahora es el Laboratorio Arte-Alameda, en el antiguo convento, incluso aún se encuentra una pequeña placa que hace mención del espacio referido.

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(La obra es Anónima, del Siglo XVIII. En la que podemos observar en la parte superior, el quemadero donde se encuentra el paredón. En la parte medía de la obra se ubica la Alameda y en la parte inferior izquierda se encontraba el Convento de Santa Isabel.)

Este quemadero de la justicia inquisitorial se ubicaba cerca de San Hipólito, ya que, según las normas, no podía estar dentro de la ciudad. Por ello, fue edificado en las afueras. Debemos considerar que, en aquellos tiempos, la ciudad no tenía la misma extensión que hoy la conforma, tenía un perímetro mucho más reducido que el actual.


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Existe una significativa diferencia con un quemadero de justicia civil que se encontraba en lo que ahora conocemos como San Lázaro, en la Cámara de Diputados. Realmente la justicia civil quemó a más gente que la justicia inquisitorial, considerando que la Inquisición por ser de índole religiosa no deseaba mancharse matando, por ello lo turnaban al poder civil.


Es importante aclarar que existía “El manual de procedimientos” o “El Manual de Inquisidores” los cuales debían ser escrupulosamente estudiados y llevados con apego, había casos que debían ser tratados con especificaciones únicas. Incluso la muerte en la hoguera tenía un sentido de purificación, por el fuego, siendo este aplicable en delitos mayores. Sin embargo, los delitos más graves a juzgar por la Inquisición fueron la herejía y apostasía; como lo señala Camba Ludlow.

Escandalosamente las quemas solían ser un medio de entretenimiento y cotidianidad, casi como un paseo por el parque. No obstante, en la realidad existieron aproximadamente 15 procesos anuales en promedio de una población de 450 mil individuos, de la cual, la inmensa mayoría eran indígenas que no podían ser juzgados por la Inquisición, puesto que se les consideraba neófitos, es decir, nuevos en la fe.

“La mayoría de las veces los castigos iban desde una multa hasta azotes y galeras por cinco o 10 años, la vergüenza pública, la prisión perpetua, que nunca se cumplía, ya que era un gasto que empobrecía al tribunal”
Ludlow.

Fue el virrey marqués de Croix quien ordenó retirar el quemadero, ya que existía otro en San Lázaro donde se ejercía la justicia civil y se ejecutaban las condenas. Por lo tanto, prefirió demoler el quemadero para expandir la Alameda, cambiando su forma cuadrada y dando paso a una serie de remodelaciones que aún continúan.

Bibliografía referida:
Ludlow, Ú. C. (2019).
Persecución y modorra.
La inquisición en la Nueva España. Turner Mx.

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Tras el trote
de Tamborcito.

Una pieza emblemática de la Ciudad de México es la figura ecuestre de Carlos IV, comúnmente conocida como "el caballito de Tolsá". Esta obra puede relatarnos su historia por sí sola. Comenzó como una estatua de madera y yeso pintado de dorado, colocada sobre un pedestal de mármol rodeado por una verja, realizada por Santiago Sandoval, cacique indígena del barrio de Tlatelolco. Sin embargo, los elementos y el tiempo dañaron la obra debido a los materiales utilizados.

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Posteriormente, se propuso crear una estatua de cobre para colocarla en la Plaza Mayor. Manuel Tolsá y Juan Antonio González Velázquez, director de la Academia de San Carlos, se encargaron de este proyecto. Juan Antonio Velázquez fue el encargado de realizar los planos de alzado de la planta, balaustradas, rejas y adornos.

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Los fondos para la obra se recaudaron mediante corridas de toros, probablemente auspiciadas por la familia de San Mateo de Valparaíso y Jaral de Berrio, dueños de toros de lidia y prestadores del caballo "Tambor", un hermoso percherón inmortalizado en la figura ecuestre que podemos apreciar hoy.

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La obra se colocó el 28 de noviembre de 1803 en el centro de la Plaza Mayor; unos días después, se celebró con un gran festejo de tres días para la entrada del Ejército Trigarante, encabezado por Agustín de Iturbide. El Caballito estuvo oculto en un globo de madera pintado de azul incluso hasta después de la coronación. Después de la Independencia, se cree que se intentó "borrar" la idea Novohispana, sus diversos símbolos y monumentos. Se dice que Lucas Alamán envió la estatua al patio de la Universidad para salvarla de la destrucción.

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Tres décadas después, la escultura se rehabilitó y se colocó en el cruce de Reforma y Bucareli, avenidas prinicpales que testifican el proceso de modernización de la ciudad. En 1972 realizó su último viaje, se trasladó a su ubicación actual frente al Palacio de Minería, construido por Tolsá.

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Desde su glorieta, El Caballito ha sido testigo del crecimiento y cambios arquitectónicos de la ciudad.

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DGD Art

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¡En aquellos tiempos,
del Buen Tono!

Bucareli es una de las avenidas más transitadas y rica en historias, uno de sus edificios peculiares se encuentra casi esquina con Turín, el cual data con poco más de un siglo de vida. El edificio en cuestión narra la historia de ser un complejo habitacional mandado a realizar por el empresario francés Ernesto Pugibet.

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Un hombre que fue fundador y dueño de la enorme fábrica tabacalera llamada El Buen Tono, quien comenzó adquiriendo los terrenos donde se ubicaba el Convento de San Juan de la Penitenciaría. Ahí fundó la fábrica de cigarros más importante en nuestro país, por más de ocho décadas.

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La fábrica era una innovación, para la época, en diversos aspectos por ello el dueño vio el valor de proporcionar viviendas dignas a sus trabajadores. Así fue como llevó dicha idea a Miguel Ángel de Quevedo con quién ya había trabajado para realizar otros proyectos, como la Iglesia del Buen Tono edificio que también pertenecía al predio cercano a la cigarrera.

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La construcción estuvo diseñada para 175 viviendas, distribuidas en tres módulos, con dos o tres recámaras, con uno o dos patios interiores y espacio para sala, comedor y sala de juegos. El complejo habitacional ocuparía casi toda la cuadra y con la peculiaridad de que sus pasillos que se conectaban con las viviendas que llevarían el nombre de las marcas de sus cigarros como La Ideal, Gardenias y por supuesto La Mascota.

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La construcción se realizó con un estilo afrancesado, dado a la época Porfirista, con remates florales y diseños de pilares en las puertas. Los detalles no solo se quedaron en la arquitectura, ya que al buscar un gesto romántico hacia su esposa Guadalupe Portilla colocó las iniciales de su amada G.P. en diversos lugares dentro del inmueble como muestra del amor y gratitud al ser su compañera y aquella que lo apoyó para formar la tabacalera El Buen Tono.

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